1462:

28 de febrero de 1462: nace Juana de Castilla, «la Beltraneja».



Juana de Castilla, llamada por sus adversarios «la Beltraneja» (Madrid, 28 de febrero de 1462 – Lisboa, 12 de abril de 1530), infanta de Castilla, reina proclamada de Castilla y de León y reina consorte de Portugal. Destituida de su rango, tuvo que renunciar por tratado a todos sus títulos y señoríos, incluso al de infanta castellana y de alteza, quedando llamada oficialmente, por real decreto portugués, «a Excelente Senhora» hasta el final de su larga vida en el exilio de Portugal.
Fue la única hija y heredera de Enrique IV y de su segunda esposa, la reina Juana de Portugal. Una parte de la nobleza castellana no la aceptó como hija biológica del rey Enrique, su padre, a quien acusó de haber obligado a la reina —su mujer— a tener un hijo con su favorito, Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque, a pesar de que ambos habían jurado solemnemente que no había sido así. Pero Beltrán no se encontraba en el lugar necesario para ello en las fechas concretas. Había sospechas sobre la impotencia de Enrique IV, ya que anteriormente había estado casado con la infanta Blanca de Navarra y el matrimonio fue declarado nulo ya que nunca llegó a consumarse. Además, Enrique IV no tuvo más hijos ni con su mujer ni con ninguna de sus amantes.
En 1469 Isabel se casó en secreto con el infante Fernando de Aragón, rompiendo lo dispuesto en el tratado con su hermano Enrique IV (por el Tratado de los Toros de Guisando Enrique declaraba heredera a Isabel, reservándose el derecho de acordar su matrimonio).
A petición de Juan Pacheco y de los embajadores de Francia, revocó Enrique IV el tratado de los Toros de Guisando, después de jurar, juntamente con su esposa, que la infanta Juana era su hija legítima. El 26 de octubre se verificó la Ceremonia de la Val de Lozoya en el despoblado Santiago, entre Gargantilla del Lozoya y Pinilla de Buitrago, y después que los nobles presentes prestaron a la infanta el juramento de fidelidad como heredera de la corona, acto que no llegó a ser sancionado por las Cortes, se desposó a la princesa con el conde de Boulogne, representante del duque de Guyena.
Enrique IV murió el 11 de diciembre de 1474. En sus últimos días había visto desbaratado el enlace de Juana, porque dicho duque falleció en 1472. Por este motivo realizó el castellano nuevas e inútiles tentativas para procurar un apoyo a su hija, casándola con Alfonso V o Juan de Portugal. Se pensó también en dar a Juana en casarla con Enrique Fortuna, infante de Aragón, o a Fadrique, infante de Nápoles.
El testamento del rey desapareció y los partidarios de Isabel sostuvieron que el rey había muerto sin testar. No obstante, según Lorenzo Galíndez de Carvajal, un clérigo de Madrid custodió el documento y huyó con él a Portugal. Al final de su vida, la reina Isabel tuvo noticia del paradero del testamento y ordenó que se lo trajeran. Fue encontrado y llevado a la corte pocos días antes del fallecimiento de la reina, en 1504. Siempre según Galíndez de Carvajal, que fue testigo de la muerte de la reina, unos decían que el testamento fue quemado por el rey Fernando mientras que otros sostenían que se lo quedó un miembro del consejo real.
Se cree (aunque no está probado) que, viudo de Isabel I en 1504, el rey Fernando de Aragón le propuso a Juana que se casara con él. Así esperaba Fernando resucitar los títulos de esta princesa a la sucesión de Enrique IV y quitar el reino de Castilla a Felipe de Austria, que gobernaba en nombre de Juana I. La Beltraneja no quiso aceptar como esposo al que en otro tiempo la había declarado hija adulterina de Juana de Portugal y Beltrán de la Cueva.
En el año 1522 Juana testó sus derechos a la corona de Castilla a favor del rey Juan III de Portugal.
Murió en 1530, pero sus restos mortales se encuentran actualmente desaparecidos, como consecuencia del terremoto de Lisboa.
Los partidarios de Isabel I y de sus descendientes intentaron eliminar de la memoria histórica la existencia de Juana y la sombra de ilegitimidad que arrojaba sobre la reina Isabel. Esta política incluyó la destrucción de documentos históricos durante los siglos XIX y XX.

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